Comenzamos la ruta del Mugrón y sus trincheras al pie de su falda, en su cara oeste, la que permite un ascenso más progresivo y tendido, ya que sus vertientes sur y este están definidas por pendientes muy elevadas, cortados de roca de peor acceso. La primera imagen del pico, desde la falda, provoca un sentimiento de abrigo, de refugio, en la vasta meseta que le rodea, meseta ahora muy antropizada y llena de infraestructuras viarias y cultivos, pero que antaño tuvo que ser un inmenso bosque de magníficas encinas, de las que quedan unos pocos ejemplares aislados, como testigos de la exuberancia que un día dominó estos parajes, bosques inmensos trufados de arroyos, humedales y lagunas que han desaparecido por la voracidad de los sucesivos pobladores que se han asentado en estas tierras, pero principalmente durante la edad moderna.
La ascensión por la ladera, con una pendiente moderada, por las sendas que dibujan los ungulados en su constante trasiego, es asequible y placentera, poco a poco se va ampliando el inmenso horizonte que se domina desde este pico, con la suerte de disfrutar de un día de atmósfera limpia, que permite divisar hasta las cumbres de las sierras de Segura y Alcaraz. El fuerte viento del oeste, que nos acompañó durante toda la ruta nos obligó a refugiarnos en un abrigo orientado al este, a sotavento, para tomar un merecido almuerzo y reposo a mitad de ascenso. Compartimos unos agradables momentos con las compañeras y compañeros de ruta, y no nos resultó difícil imaginar porque esta sierra ha sido poblada desde el Neolítico, imponente atalaya entre la meseta y el Levante.
Reanudamos el ascenso, por una senda bien definida que discurre por la cuerda, y con pendientes algo más severas, con las magníficas vistas que conforme ascendíamos se abrían también hacia el este, el valle de Almansa y las sierras levantinas. Una vez alcanzado el pico, donde se ubica un vértice geodésico, a 1209 metros, la panorámica, de la que disfrutamos durante escasos minutos debido al fuerte viento, se muestra en todo su esplendor.
Después de disfrutar de las vistas brevemente nos encaminamos de vuelta, pero descendiendo por la ladera sur, en cuya base se encuentran las trincheras y los búnkeres construidos durante la guerra civil, en defensa de las poblaciones y las infraestructuras viarias que pueblan el valle. Impresiona la magnitud de dichas obras hechas con herramientas mecánicas, a fuerza de brazos, y la maestría de su confección, pues siguen incólumes pese al paso del tiempo. Un compañero nos relató con profusión los detalles históricos de dichas construcciones, y su contexto socio-político.
Tras pasar un buen rato inspeccionando las obras, nos encaminamos hacia el final de la ruta, satisfechos y charlando sobre las próximas rutas a compartir, disfrutando de la buena compañía en la naturaleza, la mejor manera posible de confraternizar y alimentar cuerpo y mente.
¡Salud y hasta la próxima!