Desde el Secretariado de la AIT hacemos pública esta declaración internacional de solidaridad con las trabajadoras y trabajadores del mundo el día 1 de Mayo en recuerdo de los Mártires de Chicago.
Este año se cumplen 135 años de la revuelta de Haymarket, Chicago (EEUU) en 1886, donde las autoridades policiales y judiciales reprimieron la huelga general convocada por el movimiento obrero en defensa de la jornada laboral de 8 horas.
Pese a que el proceso represivo se culminó finalmente contra ocho trabajadores, la represión fue indiscriminada hasta el punto de que las autoridades policiales y judiciales detuvieron a más de una treintena de obreros acusados de haber participado en los sucesos de Haymarket, en los que durante una brutal represión a un mitin obrero, un desconocido lanzó una artefacto explosivo contra las filas de la policía, acabando con la vida de un mercenario.
Un año después, en 1887, la represión se consumó con el asesinato por parte de los EEUU, de cinco militantes obreros y anarquistas que fueron ejecutados en la horca, conocidos internacionalmente como los Mártires de Chicago: Albert Parsons (periodista), George Engel (tipógrafo), Adolf Fisher (periodista), August Spies (periodista) y Louis Lingg (carpintero). Dos fueron condenados a cadena perpetua: Samuel Fielden (obrero textil) y Michael Schwab (tipografo); y Oscar Neebe (vendedor) fue condenado a quince años de trabajos forzados.
En aquellos años se extendían las organizaciones obreras y se propagaban las ideas de la revolución social proletaria. Algunos años antes, en 1866, se fundaba la Asociación Internacional de Trabajadores con el fin de dar respuesta a las aspiraciones emancipatorias del movimiento obrero internacionalista. Las voces silenciadas en la soga retumbaron en el mundo entero, y convirtieron al Primero de Mayo en un acontecimiento conmemorado por el movimiento obrero internacional.
Una vez más, la represión y las persecuciones eran las únicas respuestas del Estado para frenar la organización y la agitación obrera en defensa de la jornada de ocho horas y de la huelga general. Sin embargo, y debido a que era imposible reprimir a toda una clase por sus aspiraciones y sus luchas, las clases capitalistas debían seleccionar a un reducido número de militantes obreros para aleccionar al conjunto de toda la clase trabajadora de su atrevimiento.
La represión de Chicago evidenció una vez más la iniquidad del capitalismo frente al movimiento obrero, así como una clara lección de lo que se puede esperar de unos enemigos de clase como el Estado y el capital. No obstante, representó y representa hoy también una bandera, la que se levanta en defensa de la justicia social y las aspiraciones emancipatorias de la clase trabajadora y de las ideas anarquistas.
El asesinato de los Mártires de Chicago en 1887 imprimió en la conciencias de millones de trabajadoras y trabajadores la injusticia de la sociedad capitalista e hizo que muchas organizaciones se adhirieran a los ideales libertarios, pero también que algunos olvidaran intencionadamente las ideas de las que fueron partidarios los Mártires de Chicago.
La historia ha dejado muy claro que la organización de los trabajadores ha de quedar al margen de los partidos y de las organizaciones dirigidas a la conquista del poder político.
El sindicalismo revolucionario, que representaba y representa una parte del movimiento obrero, rechaza toda actividad parlamentaria y toda colaboración con los poderes del Estado, porque entiende que el sufragio únicamente quiere ofrecer un simulacro de derecho al imperio de la mentira, las injusticias sociales y el expolio capitalista.
Al mismo tiempo, se confiesa partidario de la acción directa, constituyendo como principales medios de lucha: la huelga, el boicot, el sabotaje, etc. La acción directa encuentra su expresión más profunda en la huelga general, la que debe ser, al mismo tiempo, desde el punto de vista del sindicalismo revolucionario, el preludio de la revolución social.
Desde las torturas y ejecuciones en el Castillo de Montjuïc en España y los trabajos forzados en los campos de concentración de la Siberia rusa, hasta la horca y la silla eléctrica en EEUU, la represión es el instrumento que en todo momento ha utilizado el Estado y el capitalismo para reprimir a la clase obrera en el momento en el que consigue convertirse en un peligro para los privilegios de las clases capitalistas.
En la actualidad, la clase trabajadora debe hacer un esfuerzo aún mayor por alcanzar un grado de organización suficiente para defender y conquistar mejores condiciones económicas, políticas y sociales desde la lucha de clases y el internacionalismo. Por ello se hace más necesario que nunca tomar conciencia, organizarse y luchar bajo los principios del sindicalismo revolucionario y de la Asociación Internacional de Trabajadores.
¡Viva el Primero de Mayo! ¡Larga vida a la AIT!