La Primera Internacional fue fundada el 28 de septiembre de 1864 en Londres. Agrupó a varios grupos socialistas, anarquistas y comunistas que buscaban dar continuidad a la lucha de clases a través de una organización internacional.
Puesto que la Internacional estaba compuesta por organizaciones y personas pertenecientes a un amplio rango de filosofías, el debate y el conflicto sobre la dirección de la Internacional estuvieron presentes desde el inicio. Los anarquistas, especialmente los mutualistas, se oponían a los comunistas y al estatismo en general. Después, la entrada de los anarquistas colectivistas en la Internacional, la dividió permanentemente en dos campos claros: los que apoyaban alguna forma de estado y los que se oponían.
Los anarquistas favorecían la lucha directa de los trabajadores. Argumentaban que las ideas marxistas eran autoritarias y que, si un partido de tipo marxista llegara alguna vez al poder, serían tan malos como los gobernantes contra los que estaban luchando los trabajadores.
A este respecto, los anarquistas demostraron estar en lo correcto.
En 1872, la Internacional se escindió en dos corrientes: la anarquista y la marxista, con los marxistas expulsando a anarquistas prominentes. Los anarquistas celebraron su propio congreso por separado, declarando sus propias ideas.
La Internacional no sobrevivió, pero los anarquistas intentaron resucitarla varias veces. Finalmente, a finales de 1922, la Asociación Internacional de los Trabajadores, la AIT actual, revivió.
Contrariamente al primer intento de crear una internacional revolucionaria, esta vez la AIT hizo, desde el principio, una declaración clara en contra de las vanguardias políticas. Rechazando el papel del partido en la liberación de la clase trabajadora, la AIT rechazaba las ideas del Partido Comunista, que buscaba unir a todas las organizaciones obreras revolucionarias bajo su ala, en persecución de sus metas.
El Primer Principio del Sindicalismo Revolucionario que aparece en los estatutos de la AIT es que:
“El sindicalismo revolucionario, basándose en la lucha de clases, aspira a unir a todos los trabajadores en organizaciones económicas combativas, que luchen para liberarse del doble yugo del capital y del estado. Su meta es la reorganización de la vida social en base al Comunismo Libertario, vía la acción revolucionaria de la clase obrera. Puesto que solamente las organizaciones económicas del proletariado son capaces de alcanzar este objetivo, el sindicalismo revolucionario se dirige a los trabajadores en cuanto a su capacidad de productores, creadores de riqueza social, para enraizarse y desarrollarse entre ellos, en oposición a los modernos partidos obreros que, declara, son incapaces de la reorganización económica de la sociedad”.
Algunos consideran que el legado de la AIT se remonta a la fundación de la Primera Internacional pero, en realidad, la Primera Internacional fue algo con un comienzo en falso. Las metas de aquellos que quieren alcanzar el cambio a través del estado o de la vanguardia/partido revolucionario simplemente no son las mismas metas que las metas de los anarquistas que entraron en la Internacional con optimismo, solo para darse cuenta finalmente del insuperable abismo entre las dos ideas.
Hoy en día, debido a la relativamente débil organización de la clase trabajadora en organizaciones revolucionarias, algunos creen que la solución yace en unir los diversos elementos de la clase trabajadora e ignorar la cuestión del estado. Pero ésta es una cuestión eterna y un tema que solamente puede volver para mordernos si no estamos atentos. El poder real de algunos partidos puede fluctuar, pero la naturaleza del poder y la autoridad es esencialmente la misma.
Con ocasión de este aniversario, podemos decir “¡Viva la AIT! Nuestra AIT”
(Foto: Bakunin y anarquistas en Basel, 1869)
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